Volví al colegio, como docente que se sienta con otros docentes a discutir el proyecto de Ley de Educación de la Provincia de Buenos Aires, “que la profesora Fernández debe manejar muy bien porque anda con esos temas... lo jurídico y todo eso”. La profesora Fernández vendría a ser moi, y esa frase fue escuchada por todos mis compañeros docentes de la boca de la Directora, quién fuera mi profesora de Literatura cuando yo cursaba en ese colegio, hace casi diez años. La profesora Fernández es egresada en Ciencia Política y, contrariamente a lo que algunos podrían pensar, no tiene formación jurídica porque en mi carrera sólo vemos derecho constitucional y basta/porfavor/no- nos-den-más. Como con economía. Basta/con-una-alcanza/por-favor/total/para-qué.
La profesora Fernández se limitó entonces a levantar una de sus cejas y sonreír de costado. Así, con una mueca de boca cerrada que se estira sobre el cachete. O empujando el cachete.
Entonces la Directora se puso en maestra, nos separó en grupos y nos mandó a leer y analizar la ley. Y que discutamos los artículos (que, si alguna vez usted, lector, alcanzó a conectar con una ley tan general como puede ser una Ley de Educación de una provincia -ni hablar de la nacional- difícilmente encontrará ideas discutibles porque allí todo es perfecto y todos somos buenos y queremos lo mejor y bla y bla y bla) y que propongamos enmiendas, como si fueran a servir para sumar al proyecto de ley. Como si alguien fuera a sacar una idea de nuestro laburo de análisis en una mañana.
Como todos supimos que el objetivo del encuentro no podía ser considerar esa posibilidad, nos limitamos a ser críticos, a enterarnos y a, por qué no, preguntarnos por qué. En realidad... en mi grupo fui la única que hizo eso. La profesora de matemáticas, las dos de inglés y la de artes se limitaron a decir que la ley parecía perfecta pero no había forma de aplicarla. Eso ya lo sabemos, les respondía yo. Y no salían de ahí.
Lo bueno es que les pregunté por Johatan. Les pregunté por mis cursos en general. Para ver cómo hacen. Para ver cómo resuelven. Cómo lo viven.
Algunas ideas saqué, aunque fueran de la profe de artes que debe tener mi edad aprox. Y unas de la de inglés, que se desvivía por hacerles interesante su materia a los chicos. “Los de 5to son un grupo muy chato”, otra vez... escuchar eso otra vez me cansa... “No se crean... están muy desmotivados pero eso es más nuestra responsabilidad...” Chupate esa! No obtuve respuesta pero se los dije. A cagar.
Lo malo es que la Directora no se sumó a ningún grupo. Porque, claro... ella representa el clásico rol del docente que todo lo sabe y coordina. Nunca se plantea el problema, sino que te lo tira.
Lo malo es que perdí un día de clase con mi 4to y tengo que cerrar notas para la semana que viene y no termino la unidad a tiempo.
Lo malo es que me tuve que ir antes, porque cierto que tengo otro trabajo y me quedé con la duda. Me pregunto si aunque sea los demás grupos habrán problematizado algunas cláusulas de la ley que dan por sentado que eso es lo que todos queremos. Que eso es lo más perfecto a lo que se puede apuntar. Tal vez alguien cuestionó el modelo educativo que apaña esa ley. El modelo de país que esconde esa ley. O, bajando un poco(lunita, pará de volar, por dió), me queda la duda si los docentes en conjunto se animaron a pensar cómo aplicar esa ley chota. Que se vacía, que sobrevuela lo aparente, cuando decimos que los que tienen que cambiar la actitud son los chicos que no trabajan en clase o no estudian. O los padres, que “no reconocen ni enseñan a sus hijos a reconocer la autoridad del docente” (con el dedo índice en alto). Que se convierte en letra muerta, bah, cuando pensamos que el problema lo tiene y, por lo tanto, lo debe solucionar otro.