Carta de un león a otro
Profesora Silva:
Es raro pensar en escribirle una carta. Primero, porque desde su punto de vista sería un gesto excesivamente cursi. Sepa que le escribo a pedido de los docentes de Didáctica General, como parte de un ejercicio. Y la he elegido usted por ser la docente de la que más aprendí en el secundario. Es cierto, sólo fue mi profesora de historia un año, pero es increíble cómo un docente puede marcar el camino en tan poco tiempo.
Pedagógicamente nadie puede negar que su actitud es condenable. Desde mi punto de vista es un claro ejemplo de lo que jamás haría con mis alumnos. La subestimación y el maltrato como estrategia de enseñanza, tal vez le ofrecieron buenos resultados en algunos casos, como lo fue el mío. Yo fui una de las pruebas de que bajo presión excesiva, y bajo el desafío de “ganarle” a una docente soberbia y agresiva, se puede aprender. Pero justamente por haber estado allí puedo decir que sufrí su método. Y esa es la gran paradoja. La de conocer su efectividad. Y la duda. Luego de diez años, me pregunto si le debo estar agradecida.
Recuerdo que en muchos compañeros significó la frustración eterna. Dar una prueba escrita, un oral, ir a la clase, con miedo. Silencio total, salvo cuando usted hablaba, brindando un teórico de casi dos horas con todos sus segundos. La única mosca que volaba era la que usted traía. Exponernos a dar una opinión, responder una pregunta, consultar una duda, era garantía de bochorno, y arriesgarse a la vergüenza pública e impune.
Es cierto. Yo zafaba por ser “inteligente”. Yo era una de las que recibía la palmadita en la cabeza, cual perrito fiel, siempre sabihonda. Asquerosamente traga. Claro, me costó ganármela. Porque a usted había que ganarla. Y en algún momento, sin razón, me perdonó un cuatro que usted inventó. Y fui feliz. Y usted fue mi profesora-ídolo.
Quizás esta carta, quizás esta bronca, se deba a la gran pregunta por el método. Porque uno quiere creer que no es necesaria la amenaza permanente para que el proceso de aprendizaje entre los alumnos sea efectivo. Que el terror no sirve, sino que juega en contra. Y que además, la enseñanza a su manera tiene otro gusto. O carece de uno: el que solo podés mamar con el placer de recibir. Y de seguir aprendiendo.
Es raro pensar en escribirle una carta. Primero, porque desde su punto de vista sería un gesto excesivamente cursi. Sepa que le escribo a pedido de los docentes de Didáctica General, como parte de un ejercicio. Y la he elegido usted por ser la docente de la que más aprendí en el secundario. Es cierto, sólo fue mi profesora de historia un año, pero es increíble cómo un docente puede marcar el camino en tan poco tiempo.
Pedagógicamente nadie puede negar que su actitud es condenable. Desde mi punto de vista es un claro ejemplo de lo que jamás haría con mis alumnos. La subestimación y el maltrato como estrategia de enseñanza, tal vez le ofrecieron buenos resultados en algunos casos, como lo fue el mío. Yo fui una de las pruebas de que bajo presión excesiva, y bajo el desafío de “ganarle” a una docente soberbia y agresiva, se puede aprender. Pero justamente por haber estado allí puedo decir que sufrí su método. Y esa es la gran paradoja. La de conocer su efectividad. Y la duda. Luego de diez años, me pregunto si le debo estar agradecida.
Recuerdo que en muchos compañeros significó la frustración eterna. Dar una prueba escrita, un oral, ir a la clase, con miedo. Silencio total, salvo cuando usted hablaba, brindando un teórico de casi dos horas con todos sus segundos. La única mosca que volaba era la que usted traía. Exponernos a dar una opinión, responder una pregunta, consultar una duda, era garantía de bochorno, y arriesgarse a la vergüenza pública e impune.
Es cierto. Yo zafaba por ser “inteligente”. Yo era una de las que recibía la palmadita en la cabeza, cual perrito fiel, siempre sabihonda. Asquerosamente traga. Claro, me costó ganármela. Porque a usted había que ganarla. Y en algún momento, sin razón, me perdonó un cuatro que usted inventó. Y fui feliz. Y usted fue mi profesora-ídolo.
Quizás esta carta, quizás esta bronca, se deba a la gran pregunta por el método. Porque uno quiere creer que no es necesaria la amenaza permanente para que el proceso de aprendizaje entre los alumnos sea efectivo. Que el terror no sirve, sino que juega en contra. Y que además, la enseñanza a su manera tiene otro gusto. O carece de uno: el que solo podés mamar con el placer de recibir. Y de seguir aprendiendo.
Usted se perdió esa parte.
Y yo hoy no necesito correr el riesgo porque, como le dije, usted es la docente de la que más aprendí en el secundario. Se agradece. Pase a archivo y a otra cosa mariposa.
Blanca Fernández
4 Comments:
jejeje, me sentí identificada jajajaja aunque yo aprendí de más de un/a profesor/a... muy buena carta... besos
jajaja, la leí frente a mis compañeros de didáctica y se cagaron de risa... pero es muy real, no?
no es un tanto dura?!?!!?
no sé si me gustaria que alguien me escribiera una carta asi...
lo bueno es que, cuestionable o no, la piba aprendió!
Voy a poner esto en mi tesis de licenciatura... jajajaja
Y yo pedi que me diera el diploma... era un poco asi, pero tenia una gran coraza... gran...
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