La Reina
- Alguna vez, me gustaría poder votar. Saber qué se siente. Al fin y al cabo, ¡he dado mi vida por Inglaterra!
- Vaya paradoja… no poder elegir siendo la Reina...
- Vaya paradoja… no poder elegir siendo la Reina...
Con un diálogo parecido comienza la primera película que vi este fin de semana.
Es cierto: se puede observar que la vida cotidiana de la familia real inglesa es muy semejante (en cuanto a los tratos y temas de conversación) a los de una familia normal inglesa (subrayaría inglesa si supiera cómo). Salvo la escena en que la Primera Dama les cocina al marido e hijos en la casa de los Blair, el resto es creible.
Es cierto, ser Reina no es lo más. Te crían para hacer algo que no sabés si querés, de la forma en que no sabés si serás, y con un sentido del deber anacrónico y que ya nadie comparte.
Es cierto que la película es una corta clase de cómo se gobierna un país. De cómo se maneja a la prensa (o cómo no se la maneja), de cómo se convence a un Primer Ministro, de cómo la soberbia no es casual, de cómo se gana “el respeto”. O pretende ser eso.
Es cierto también que la caracterización de Helen Mirren es brillante, por lo menos.
Pero lo que vale, creo, es la selección y edición de imágenes. Los paisajes ingleses. El verde. La naturaleza. La vida. Y el contraste con la muerte. El trágico final de Lady Di (muñeca brava, también). La ciudad. El quilombo. El recuerdo de los paparazzi y de aquel momento que (yo todavía estaba en la edad del pavo) se aprovechó para poner en jaque la continuidad de la monarquía. Luego todo pasó, como pasan muchas cosas. Hasta Blair pasó, aunque quién sabe…
Y la idea que repiquetea de un lado a otro… Cuál es el sentido de ser Reina, si la decisión acerca de lo que te importa ya no está en tus manos.
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