Ni te digo Feliz día igual...

Como mi viejo se murió teniendo yo mayoría de edad recién cumplida, se me ocurre que el tipo pensó que se podía morir en paz porque “la nena ya es grande”.
La enfermedad se lo comió en menos de seis meses, y eso nos llevó a compartir mucho tiempo juntos. El empezó a vivir en casa, cosa que normalmente no hacía con tanta frecuencia. Y yo empecé a cuidarlo (cosa que yo tampoco hacía con tanta frecuencia).
Entonces, decía, nos conocimos un poco más. Me enteré que había militado en el PC en los ´70, que colaboraba en operaciones militares de El Partido, y que estuvo desaparecido al menos de una semana.
Ya para cuando tuvimos tanta confianza, habrá creído que yo sabía suficiente y se dejó ganar por la puta muerte. Desde ahí, mi viejo se convirtió en una especie de héroe; de esos que ya no se consigue. Bah… de esos que no tengo.

Antes, desde los quince años cumpliditos, nos llevábamos muy mal. La nena tenía quince. La nena era demasiado inteligente, demasiado hermosa, demasiado capaz… para nadie. ¿Cómo no te sacaste un 10? Me respondía riendo cuando veía un 9 en mi boletín. Pero costaba mucho sacarse un 10 con mi papá.
Cuando caí con un novio de 21, teniendo yo 16 años, no voló una mosca en casa. Yo tenía prohibido salir con “ese chico”. Nunca supo que ese chico era más bueno que Lassie, y probablemente que muchos otros que vinieron después, incluso sobre su cadáver.
En algún momento nos pasó que no dejábamos de pelear. Él era un tipo muy tranquilo pero cuando se enojaba… pocas veces lo oía gritar tan alto. Los últimos años, antes de enfermar, yo había llegado a la conclusión de que jamás iba a poder coincidir con él. Más aún, había decidido que ya no me importaba coincidir, ni intercambiar, ni escuchar, ni hablar.
Luego llegó la leucemia y eso se perdió. La peor imagen que tengo en mi memoria es la suya, acorralado entre los cables y la sonda, entubado y pidiendo por favor que lo saquen de terapia intensiva. Que lo llevemos a casa.
No lo hicimos. Y a las cuatro horas nos llamaban para que fuéramos urgente al hospital. Urgente como si hubiera oportunidad…

Pienso que si hoy viviera, tal vez no escribiría nada sobre él. Tal vez sabría menos sobre quién fue. Tal vez no hubiera conocido a mucha gente que dejé acercarse porque él ya no estaba.
Si viviera, yo me hubiera ido de casa antes, sin la culpa de abandonar a mi vieja en su locura y su soledad eterna. Tal vez me hubiera ido dando un portazo. Hubiéramos discutido y revoleado alguna naranja. Me habría enamorado de un barbudo versión Siglo XXI o peor, de un niño bien, bien derecho, con padre milico y encorvado.
Como la enfermedad fue la excepción (la excepción final, por cierto), seguramente la única diferencia concreta entre los dos destinos posibles, era la vida. Su vida. Pero de una u otra forma, habría distancia.
Aunque con el agregado de la siguiente paradoja: hoy es un héroe sólo porque me consta (porque yo tiré sus cenizas al mar) que no nos volveremos a hablar.