Te agradezco, aunque me voy.
Es como cuando te tropezás en el medio de la calle y se te rompe el taco... Enderezás la frente, te pisás el orgullo con el zapato al que sí le queda taco y seguís caminando fresca y con los cabellos al viento...
Es probable que este sea el último post.
no estás viejo
Cuando empecé el año tenía todos los miedos.
Etiquetas: Jonathan
¿No te pasa que cuando escribís mucho a máquina sentís que se te atrofia la escritura en birome? El otro día lo hablábamos con un amigo... hoy lo recordaba cuando me puse con las ideas sobre el cuaderno. Ahí les dejo el famoso workinprogress (o hastaacálleguéconalgomásomenospresentable, elrestosontodaspartesinconexasaún):
La Rusa se calzó un push-up rojo, y la remera del mismo color, super escotada. Con las tetas bien paraditas según dijo el espejo, y la pollera negra de modal dejando asomar apenas las rodillas, cubrió sus pies (ya le tocaba cortarse las uñas) con un par de tacos aguja rojos. Todo rojo y negro.
No necesitaba maquillaje.
No necesitaba accesorios.
Salía de reviente y que pase lo que venga.
Con esa pintusa, atravesó el Once de noche.
Mugre en las esquinas. Chicas esperando. Vecinos sentados en las veredas, tomando mate o cerveza. La banda del peruano Juaco miraba torcido a los transeúntes y el clima enrarecido era la posta.
La Rusa caminaba vigilando el piso, haciendo equilibrio sobre sus zapatos. Pensaba que mejor relajar un poco los hombros, levantar el pecho (no tanto, en paralelo al mentón) y caminar con las gambas adelantandosé a la pelvis, como le había dicho la paraguaya que se movían las modelos. La Rusa era una muñeca. No le decían “la nena” por ser el mote de la Paraguaya, que ya tenía sus 600 años de patinarse el Once pero se había ganado la dosis de respeto que todos nos buscamos.
La Paraguaya siempre decía que no es verdad que son todos iguales. Hay hombres con el pito largo y finito. Hay hombres sin tanta fortuna pero con mucho empeño. Hay otros que quieren contarte toda su vida, como si fuera... como si fuera vida. Y otros con los que podés estar toda una noche y solo les cobrás las caricias en la espalda. A la Rusa le gustaban bohemios pero los de verdad. Los de la academia la aburrían por previsibles. Primero te tocan la teta izquierda, después el cachete derecho del orto, ahí te desabrochan el corpiño y te aplastan contra la pared creyéndose violentos. Al final se calientan tanto con su osadía que te acaban antes de poder hacerte sudar las axilas sin depilar. Porque la Rusa estaba tan bien puesta que hasta se dejaba estar con las axilas.